Grandes Hombres* en la ciencia chilena


(* Nos referimos a "hombre" en el sentido genérico, es decir a la especie humana)

Poco a poco iremos llenando esta página con biografías de los Chilenos y Chilenas que han construido y siguen construyendo en conocimiento que actualmente poseemos de Chile y el mundo.

Indice

 


Luis E. Peña Guzmán

  • Siguió la senda de Juan Ignacio Molina y Claudio Gay. , No dejó rincón del país por explorar. Acumuló un impresionante saber sobre flores, pájaros y todas las formas de vida que pueblan nuestro territorio. Pero fueron los insectos su mayor pasión. Descubrió cerca del 12 % de los artrópodos de seis patas que viven en Chile.
  • A pesar de su formación autodidacta, se convirtió en un cotizado entomólogo, asesor, de 1a Universidad de Yale y del museo de Historia Natural de Nueva York, y autor de más de cien publicaciones. Claro que el reconocimiento internacional no cambió su especial forma de ser. Una ecuación de libertad, humor y trabajo científico que cautivó a incontables amigos y discípulos. Hace unos días Luis Peña dejó esta tierra que nunca se cansó de admirar.

Entre todas las familias de insectos, le tenía es especial cariño a la familia de los "tenebrionidos". Pocos entendían su atracción por estos artrópodos oscuros y nada llamativos que viven en el desierto, a los cuales denominaba "mis negritos". "No tienen nada especial, pero los quiero" fue la explicación de Luis Peña, para quien no había . Insecto feo.
La predilección por los tenebrionidos refleja la tremenda libertad con que este entomólogo se movió por la vida. Sin ataduras, exploró América husmeó la selva tropical, registró cada rincón del bosque valdiviano y conoció la soledad del desierto. "Mi familia son los bichos" decía. No era tan cierto. A pesar de que nunca se casó, su quehacer atrajo a centenares de jóvenes, varios de los cuales terminaron convertidos en verdaderos hijos adoptivos.
A1 penetrar en la vida de Luis Peña, las facetas de su carácter se multiplican. No terminó el colegio, pero fue un sabio. Le gustaba la soledad, pero atraía a multitudes. Reverenciado en círculos internacionales, fue ignorado por muchos de sus pares chilenos. Rompía con los convencionalismos, pero era un tradicionalista de corazón. Sus matices y contrastes dificultan una aproximación certera hacia su persona. Pero vale la pena intentarla.

¡Que hermosura!

De acuerdo a su amigo Alberto Vial, Peña comenzó a coleccionar insectos a los siete años, intrigado por las picaduras de zancudos que sufrió en un paseo. De ahí no paró más. Admiraba con gozo cada detalle de los insectos que recogía. Algunos lo emocionaban especialmente. Cuando en 1943 descubrió en la cordillera Blanca de Curacautin la especie que luego sería bautizada en su honor como Chelodurus penai escribió: "Apresuré mi regreso a Santiago y no dejaba ocasión para mirarlo y extasiarme con él ¡Qué hermosura! ".
Similar impresión sufrió al saber que uno de los bichos que había colectado, el Notiothauma reedi, era prácticamente un "fósil viviente", idéntico a especies de 275 millones de años que se han encontrado fosilizadas. O cuando sus, investigaciones dieron origen a una nueva familia, la Neopseustidae", también de rasgos muy primitivos.
Mal alumno - menos en zoología - pasó por varios colegios y no tuvo formación universitaria, aunque desde niño se carteaba con célebres entomólogos a quienes les mandaba las especies que no podía identificar. Al recibirlas de vuelta, muchas llevaban su nombre. De joven, Peña trabajó brevemente en una compañía de seguros y con el dinero que juntó pudo organizar su primera expedición: Al lomo del burro , "Chico Chico" recorrió la costa de Chile desde La Serena hasta Los Vilos y conoció a su primer ayudante, Orlando Segovia, un niño que pastoreaba cabras "quien tras 10 años trabajando a su lado terminó convertido en un experto. El material que ambos recolectaron en este viaje inicial desató tal interés que fue comprado por el museo de Chicago.

Medio millar de viajes

Las expediciones fueron una de las mayores pasiones de Luis Peña. Salía en su "camper" completamente equipado - con lupas, microscopios, trampas especiales, frascos y etiquetas - desde septiembre a marzo. Como era friolento, en los meses fríos ideaba viajes hacia las tierras cálidas del trópico.
A través de sus casi 500 completas expediciones - la mayoría en Chile, pero también a Perú, Bolivia, Argentina, Paraguay y Ecuador -, Peña logró un conocimiento abismante del continente americano y especialmente de Chile, cuyo territorio recorrió de punta a cabo innumerables veces. Claro que al final se quejaba de la destrucción ambiental y de la irrupción del "intruso ilegítimo" (el pino insigne). "Ya no conozco Chile", se lamentaba al final de su vida.
Durante cada expedición, recolectaba entre 300 y 500 mil insectos que al volver a Santiago estudiaba y clasificaba. "Era un monstruo. Trabajaba con enorme intensidad. Se acostaba a las cuatro de la mañana tras pasar horas revisando bibliografías y observando bajo la lupa", cuenta su sobrino y ayudante, Alfredo Ugarte.
Si bien se dedicó especialmente a los insectos, los aportes de Peña abarcaron también disciplinas como la ornitología, paleontología, arqueología, botánica, geografía, etología y herpetología. Es que todas las manifestaciones de la creación lo maravillaban. Por eso, en opinión de quienes conocieron su vida, Luis Peña fue el último de aquellos legendarios exploradores que penetraron en las entrañas de la naturaleza, el último naturalista chileno de la vieja escuela.

400 especies llevan su nombre

"Compartir con él era algo sorprendente por la simpatía y el humor que transmitía. Nadie pensaba que estaba frente a un entomólogo de relevancia, con relaciones en todo el mundo", cuenta Alberto Vial, rector del colegio Francisco de Asis y amigo cercano del científico.
Sin aparentar, con paciencia y rigor, Peña logró profundizar su formación autodidacta. Colaboró con la BBC de Londres y con las revistas Life y National Geographic; asesoró a los museos de historia natural de París, Chicago, Nueva York, Brasil y Argentina, y fue nombrado investigador asociado en zoología del Peabody Museum de la Universidad de Yale.

Uno de los hitos más relevantes de su trayectoria fue la fundación en 1974 - junto a un preparado equipo de profesionales - de la revista "Expedición a Chile", que a través de 50 fascículos mostró la biogeografía chilena bajo una nueva perspectiva: la narración de una serie de expediciones en nuestro territorio, relatadas en un lenguaje fácil y comprensible e ilustradas por hermosas fotografías y dibujos.
Fruto de todas sus expediciones, Peña descubrió cerca del 12 por ciento de los insectos que viven en Chile y por eso aproximadamente 400 especies llevan el apellido "penai", "penela" o "luchoi". "Piñufla no", aclaró con humor en una entrevista. Además fundó 17 sociedades y academias científicas y realizó más de 100 publicaciones.
De acuerdo a las investigaciones de Peña, los insectos chilenos en general son poco llamativos y no tienen la colorida exuberancia de los ejemplares tropicales. Pero resultan especialmente interesantes desde el punto de vista científico, ya que en general son especies endémicas, es decir, sólo existen en nuestro país. Los matapiojos chilenos por dar un ejemplo, tienen pocas relaciones con los de Argentina y Perú, dada la existencia de una gran cantidad de barreras naturales. En cambio hay similitudes reveladoras con la fauna de Australia y Nueva Zelandia. Pese a su larga trayectoria, la figura de Luis Peña estuvo marcada por el conflicto. Por su independencia, por su alergia a la burocracia - vivía peleando con el servicio de aduanas porque no le dejaban entrar o salir sus insectos - y por su carácter autodidacto. "Era un verdadero científico sin títulos ni grados", señala Alberto Vial. "Se le negaba autoridad y no era considerado un par por algunos académicos. Correspondía que fuera una analfabeto, pero era un sabio"

El "bichito" de la naturaleza

En la punta de un cerro de Colina, Peña construyó su refugio. Una poética construcción sin ángulos rectos diseñada por el arquitecto de la Universidad Católica de Valparaíso Miguel Eyquem.
Hasta allí llegaban a verlo niños y jóvenes atraídos por su personalidad. "Luis establecía una relación muy vivencial con la gente. Comunicaba su forma de vida, su forma de mirar. No realizaba una enseñanza formal. Simplemente le pegaba el vicio de la naturaleza a la gente. No desde la lección, sino desde la vida", explica Alberto Vial, Jürgen Rottmann, Manuel Marín, Pedro Vidal, Gerardo Barría, José Escobar, Manuel Rivera y Alfredo Ugarte son algunos de los "casi hijos" de Peña. Algunos de ellos llegaron a su lado des orientados y perdidos y terminaron con vertidos en médicos, ornitólogos y especialistas de renombre. Ejemplificadora es la historia de Eduardo Pérez. De oficio zapatero, llegó hasta el científico pidiéndole trabajo. Al descubrir su habilidad con el lápiz, Peña le encomendó dibujar sus insectos. Hoy es profesor de la Universidad de Caracas.
"Me gustaría crear una escuela para flojos", señalaba una vez Luis Peña, a quien le preocupaban los niños y jóvenes que, al igual que él, tenían problemas en el colegio.
No pudo hacer realidad su sueño. Hace unos meses se le detectó un agresivo cáncer que acabó con su vida a fines de septiembre. La enfermedad lo sorprendió lleno de proyectos, pero de todas maneras alcanzó a dejar listos tres nuevos libros: el "Atlas de los coleópteros de Chile", "Matapiojos de Chile" y "Mariposas de Chile".
Su muerte fue serena y plena de fe. Quedó contento con la vida que tuvo. "Dejo constancia de que he vivido bien, por haber hecho algo por el conocimiento de la naturaleza, esto gracias a Nuestro Señor y a los que me han rodeado con tanto cariño y estima", escribió poco antes de morir.

 


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