- Siguió la senda de Juan Ignacio Molina y Claudio
Gay. , No dejó rincón del país por explorar.
Acumuló un impresionante saber sobre flores,
pájaros y todas las formas de vida que pueblan
nuestro territorio. Pero fueron los insectos su
mayor pasión. Descubrió cerca del 12 % de los
artrópodos de seis patas que viven en Chile.
- A pesar de su formación autodidacta, se
convirtió en un cotizado entomólogo, asesor, de
1a Universidad de Yale y del museo de Historia
Natural de Nueva York, y autor de más de cien
publicaciones. Claro que el reconocimiento
internacional no cambió su especial forma de
ser. Una ecuación de libertad, humor y trabajo
científico que cautivó a incontables amigos y
discípulos. Hace unos días Luis Peña dejó
esta tierra que nunca se cansó de admirar.
Entre todas las familias de insectos, le tenía es
especial cariño a la familia de los
"tenebrionidos". Pocos entendían su atracción
por estos artrópodos oscuros y nada llamativos que viven
en el desierto, a los cuales denominaba "mis
negritos". "No tienen nada especial, pero los
quiero" fue la explicación de Luis Peña, para
quien no había . Insecto feo.
La predilección por los tenebrionidos refleja la
tremenda libertad con que este entomólogo se movió por
la vida. Sin ataduras, exploró América husmeó la selva
tropical, registró cada rincón del bosque valdiviano y
conoció la soledad del desierto. "Mi familia son
los bichos" decía. No era tan cierto. A pesar de
que nunca se casó, su quehacer atrajo a centenares de
jóvenes, varios de los cuales terminaron convertidos en
verdaderos hijos adoptivos.
A1 penetrar en la vida de Luis Peña, las facetas de su
carácter se multiplican. No terminó el colegio, pero
fue un sabio. Le gustaba la soledad, pero atraía a
multitudes. Reverenciado en círculos internacionales,
fue ignorado por muchos de sus pares chilenos. Rompía
con los convencionalismos, pero era un tradicionalista de
corazón. Sus matices y contrastes dificultan una
aproximación certera hacia su persona. Pero vale la pena
intentarla.
¡Que hermosura!
De acuerdo a su amigo Alberto Vial, Peña comenzó a
coleccionar insectos a los siete años, intrigado por las
picaduras de zancudos que sufrió en un paseo. De ahí no
paró más. Admiraba con gozo cada detalle de los
insectos que recogía. Algunos lo emocionaban
especialmente. Cuando en 1943 descubrió en la cordillera
Blanca de Curacautin la especie que luego sería
bautizada en su honor como Chelodurus penai
escribió: "Apresuré mi regreso a Santiago y no
dejaba ocasión para mirarlo y extasiarme con él ¡Qué
hermosura! ".
Similar impresión sufrió al saber que uno de los bichos
que había colectado, el Notiothauma reedi,
era prácticamente un "fósil viviente",
idéntico a especies de 275 millones de años que se han
encontrado fosilizadas. O cuando sus, investigaciones
dieron origen a una nueva familia, la
Neopseustidae", también de rasgos muy primitivos.
Mal alumno - menos en zoología - pasó por varios
colegios y no tuvo formación universitaria, aunque desde
niño se carteaba con célebres entomólogos a quienes
les mandaba las especies que no podía identificar. Al
recibirlas de vuelta, muchas llevaban su nombre. De
joven, Peña trabajó brevemente en una compañía de
seguros y con el dinero que juntó pudo organizar su
primera expedición: Al lomo del burro , "Chico
Chico" recorrió la costa de Chile desde La Serena
hasta Los Vilos y conoció a su primer ayudante, Orlando
Segovia, un niño que pastoreaba cabras "quien tras
10 años trabajando a su lado terminó convertido en un
experto. El material que ambos recolectaron en este viaje
inicial desató tal interés que fue comprado por el
museo de Chicago.
Medio millar de viajes
Las expediciones fueron una de las mayores pasiones de
Luis Peña. Salía en su "camper" completamente
equipado - con lupas, microscopios, trampas especiales,
frascos y etiquetas - desde septiembre a marzo. Como era
friolento, en los meses fríos ideaba viajes hacia las
tierras cálidas del trópico.
A través de sus casi 500 completas expediciones - la
mayoría en Chile, pero también a Perú, Bolivia,
Argentina, Paraguay y Ecuador -, Peña logró un
conocimiento abismante del continente americano y
especialmente de Chile, cuyo territorio recorrió de
punta a cabo innumerables veces. Claro que al final se
quejaba de la destrucción ambiental y de la irrupción
del "intruso ilegítimo" (el pino insigne).
"Ya no conozco Chile", se lamentaba al final de
su vida.
Durante cada expedición, recolectaba entre 300 y 500 mil
insectos que al volver a Santiago estudiaba y
clasificaba. "Era un monstruo. Trabajaba con enorme
intensidad. Se acostaba a las cuatro de la mañana tras
pasar horas revisando bibliografías y observando bajo la
lupa", cuenta su sobrino y ayudante, Alfredo Ugarte.
Si bien se dedicó especialmente a los insectos, los
aportes de Peña abarcaron también disciplinas como la
ornitología, paleontología, arqueología, botánica,
geografía, etología y herpetología. Es que todas las
manifestaciones de la creación lo maravillaban. Por eso,
en opinión de quienes conocieron su vida, Luis Peña fue
el último de aquellos legendarios exploradores que
penetraron en las entrañas de la naturaleza, el último
naturalista chileno de la vieja escuela.
400 especies llevan su nombre
"Compartir con él era algo sorprendente por la
simpatía y el humor que transmitía. Nadie pensaba que
estaba frente a un entomólogo de relevancia, con
relaciones en todo el mundo", cuenta Alberto Vial,
rector del colegio Francisco de Asis y amigo cercano del
científico.
Sin aparentar, con paciencia y rigor, Peña logró
profundizar su formación autodidacta. Colaboró con la
BBC de Londres y con las revistas Life y National
Geographic; asesoró a los museos de historia natural de
París, Chicago, Nueva York, Brasil y Argentina, y fue
nombrado investigador asociado en zoología del Peabody
Museum de la Universidad de Yale.
Uno de los hitos más relevantes de su trayectoria fue
la fundación en 1974 - junto a un preparado equipo de
profesionales - de la revista "Expedición a
Chile", que a través de 50 fascículos mostró la
biogeografía chilena bajo una nueva perspectiva: la
narración de una serie de expediciones en nuestro
territorio, relatadas en un lenguaje fácil y
comprensible e ilustradas por hermosas fotografías y
dibujos.
Fruto de todas sus expediciones, Peña descubrió cerca
del 12 por ciento de los insectos que viven en Chile y
por eso aproximadamente 400 especies llevan el apellido
"penai", "penela" o
"luchoi". "Piñufla no", aclaró con
humor en una entrevista. Además fundó 17 sociedades y
academias científicas y realizó más de 100
publicaciones.
De acuerdo a las investigaciones de Peña, los insectos
chilenos en general son poco llamativos y no tienen la
colorida exuberancia de los ejemplares tropicales. Pero
resultan especialmente interesantes desde el punto de
vista científico, ya que en general son especies
endémicas, es decir, sólo existen en nuestro país. Los
matapiojos chilenos por dar un ejemplo, tienen pocas
relaciones con los de Argentina y Perú, dada la
existencia de una gran cantidad de barreras naturales. En
cambio hay similitudes reveladoras con la fauna de
Australia y Nueva Zelandia. Pese a su larga trayectoria,
la figura de Luis Peña estuvo marcada por el conflicto.
Por su independencia, por su alergia a la burocracia -
vivía peleando con el servicio de aduanas porque no le
dejaban entrar o salir sus insectos - y por su carácter
autodidacto. "Era un verdadero científico sin
títulos ni grados", señala Alberto Vial. "Se
le negaba autoridad y no era considerado un par por
algunos académicos. Correspondía que fuera una
analfabeto, pero era un sabio"
El "bichito"
de la naturaleza
En la punta de un cerro de Colina, Peña construyó su
refugio. Una poética construcción sin ángulos rectos
diseñada por el arquitecto de la Universidad Católica
de Valparaíso Miguel Eyquem.
Hasta allí llegaban a verlo niños y jóvenes atraídos
por su personalidad. "Luis establecía una relación
muy vivencial con la gente. Comunicaba su forma de vida,
su forma de mirar. No realizaba una enseñanza formal.
Simplemente le pegaba el vicio de la naturaleza a la
gente. No desde la lección, sino desde la vida",
explica Alberto Vial, Jürgen Rottmann, Manuel Marín,
Pedro Vidal, Gerardo Barría, José Escobar, Manuel
Rivera y Alfredo Ugarte son algunos de los "casi
hijos" de Peña. Algunos de ellos llegaron a su lado
des orientados y perdidos y terminaron con vertidos en
médicos, ornitólogos y especialistas de renombre.
Ejemplificadora es la historia de Eduardo Pérez. De
oficio zapatero, llegó hasta el científico pidiéndole
trabajo. Al descubrir su habilidad con el lápiz, Peña
le encomendó dibujar sus insectos. Hoy es profesor de la
Universidad de Caracas.
"Me gustaría crear una escuela para flojos",
señalaba una vez Luis Peña, a quien le preocupaban los
niños y jóvenes que, al igual que él, tenían
problemas en el colegio.
No pudo hacer realidad su sueño. Hace unos meses se le
detectó un agresivo cáncer que acabó con su vida a
fines de septiembre. La enfermedad lo sorprendió lleno
de proyectos, pero de todas maneras alcanzó a dejar
listos tres nuevos libros: el "Atlas de los
coleópteros de Chile", "Matapiojos de
Chile" y "Mariposas
de Chile".
Su muerte fue serena y plena de fe. Quedó contento con
la vida que tuvo. "Dejo constancia de que he
vivido bien, por haber hecho algo por el conocimiento de
la naturaleza, esto gracias a Nuestro Señor y a los que
me han rodeado con tanto cariño y estima",
escribió poco antes de morir.
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